Necesitaba una bocanada de aire fresco.
Empapaba su cara con agua fría. Helada.
Unía sus manos a modo de cuenco y esperaba pacientemente a que el líquido rebosase.
Ese era su gran momento.
Le encantaba sentir cómo se deshacía sobre su rostro aquel puñado de gotas. Cómo más tarde resbalaban a través de ese pálido semblante hasta su garganta, para, una vez allí, fundirse con su atuendo y humedecer su pecho durante unos minutos.
Parecía renovarse por un instante en aquel ambiente que impedía precisamente eso.
Renovarse.
Llevar a cabo su metamorfosis particular.
La que decían era evolución natural de las cosas.
Dejar atrás ese maldito caparazón.
Y fantaseaba con el día en que, al despertar una mañana, después de un sueño al fin tranquilo, se encontrase sobre su cama sintiendo ser una persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario