Ahí estaban ellas.
Aún por dominar, pendían sobre su espalda
de forma majestuosa, invisibles a sus ojos y a los de todos aquellos que no
querían mirar.
Las había dado uso en alguna contada ocasión y recordaba esos
momentos ignorando que en ellos, las tenía completamente desplegadas.
Ajena al
antes y al después.
Pero luego venía el desastre.
Las consecuencias de haber
osado volar.
E inconscientemente descendía sus alas sin apenas fuerza ya para
volverlas a levantar.
Era la decadencia de lo naturalmente hermoso.
Decadencia arraigada al pensamiento de que el ciclón era culpa del batir de sus alas, y no responsabilidad de Eolo, que soplaba con la única intención de
mantenerla con ese miedo a volar.