Una ola rompe contra la roca y se va.
Toma aire y vuelve. Y regresa al compás.
Incansable, incesante, pule su forma de la manera más natural.
Hermoso atardecer con un fondo de sonido perpetuo. No hace falta más.
Solo sentarse en la arena mojada, y observar. Dejarse llevar.
Que un sin fin de pensamientos inunden la mente. Y ninguno de ellos importe ya.
Porque no hay límite. No hay final.
Solo aquel horizonte donde el cielo se funde con el mar.
Aquí vuela una gaviota. El sol se acuesta más allá.
Sube la marea y de pronto se hace presente una soledad.
Cierro los ojos. Respiro. Despierto. Pero ya no hay mar.
Tan solo quedó en mi boca un lejano sabor a sal.
"No respires la sal del mar, que ya sabes que todo engancha.
No me pidas que vuelva a hablar de la vida que pasa."
No me pidas que vuelva a hablar de la vida que pasa."